Historia de una afición (I)

Historia de una afición

Siempre me ha gustado dibujar y pintar. Desde niño. En torno a los 10 años, mis padres nos regalaron a mi hermano menor José María y a mí un álbum de dibujo con modelos para copiar: brazos, manos, cuerpos, caras, … Nos veían a los dos garrapateando dibujillos y advirtieron nuestras habilidades y nuestro gusto por el dibujo. Y estimularon esa incipiente afición. Con mi hermano (que siempre ha tenido mejores facultades que yo para el dibujo y la pintura y que luego iría durante un curso a una escuela de artes y oficios) nos pasábamos horas copiando esos dibujos, una y otra vez.

Luego pasamos a copiar cómics, sobre todo el de “Hazañas bélicas”, un cómic (“tebeos” los llamábamos entonces y los editores los llamaban “novelas gráficas) de historietas sobre la Segunda Guerra Mundial y otros del “Oeste”. La figura sobreimpresa del soldado que aparecía en todas las portadas la copiamos innumerables veces. Nos hicimos entusiastas de Boixcar, su creador en 1948 (el mismo año de mi nacimiento), y apenas nos fijábamos en el nombre de los guionistas. Esas lecturas de HB nos proporcionaron los primeros conocimientos de la historia de la Segunda Guerra Mundial en Europa, de la guerra de Indochina y de la de Corea, de la guerra del Pacífico, familiarizándonos con el nombre del armamento, de militares y de políticos, de la geografía de esas regiones, de las batallas más importantes, de ciudades y paisajes. Con los tebeos también se aprendían muchas cosas, además de pasarlo bien.

En el bachillerato elemental de entonces, en el primer y segundo curso había unas asignaturas obligatorias de dibujo artístico y de dibujo técnico. En ambas saqué sobresaliente. Aquellas prácticas anteriores me habían servido para adiestrar mi mano y mi mirada.

Continué cultivando esa afición y nunca la he abandonado, hasta hoy mismo. De los cómics pasé a copiar postales de paisajes campestres y urbanos, y allá por la mitad de los años sesenta di el salto a la pintura (acuarelas y temperas, que eran los materiales más económicos y los más fáciles de conseguir y mis primeros óleos sobre cartón, en pequeño formato todos ellos). Y también empecé a copiar del natural. Prácticas caseras en los ratos en que no hacía deberes o no estaba jugando.

En 1964 (16 años) obtuve un premio de 1.000 ptas (que no estaba nada mal para esos años) en el I Concurso de Pintura “Buenavista”, organizado por la Junta Municipal de Distrito de Buenavista, a mi dibujo (en realidad un óleo sobre cartón propio de un principiante) “Arco de Cuchilleros”.

Y en 1966 me presenté al VIII Certamen Juvenil de Arte, que organizaba la Delegación Provincial de Juventudes, obteniendo el 3er premio de dibujo en la categoría Juvenil A, concedido a mi dibujo a plumilla del Castillo de Pedraza (Segovia). Presenté dos dibujos, el premiado, y otro de la calle Real de la misma localidad. Los tengo enmarcados en casa y me han acompañado en todos los cambios de domicilio (que han sido muchos) desde que dejé el de mis padres, a finales de los años setenta.

Mi afición creciente –y reforzada- por la pintura y el dibujo se pudo expresar de muchas formas. En los campamentos juveniles de la Organización Juvenil Española (OJE), siempre me integraba en el grupo que realizaba los carteles que a diario se ponían por el campamento ilustrando algún tema o consigna. También colaboré con dibujos en diversos boletines de organismos de la OJE. (Continuará)