Un verano de novela: junio-septiembre 2019

Las lecturas de verano suelen estar monopolizadas por la novela, y, muchas veces, por la novela “ligera”, como si nuestro esfuerzo intelectual decayera en el estío, acomodándose a una molicie impuesta o necesaria para reponer fuerzas, antes de retomar nuestra actividad habitual de la mayor parte del año. O son lecturas que la vorágine de los trabajos y los días nos las dejan pendientes de circunstancias personales más favorables para este tipo de lecturas. En mi caso, por mi condición de jubilado, en el que la estacionalidad de los trabajos y los días prácticamente se ha borrado, las lecturas de verano apenas difieren de las del resto del año. Además, el “verano”, es eso, todo el verano, un largo período de casi cuatro meses, desde primeros de junio a finales de septiembre (como en nuestra infancia y adolescencia) y no un mero período vacacional. Por lo que el tipo de lecturas lo son sin solución de continuidad. Dicho esto, la única diferencia con los otros ocho meses del año es la intensidad o el tiempo dedicado a la lectura, de todo tipo de lectura.

 Pero el engolfamiento en la lectura de novelas, la gran novela o la novela “menor”, parece especialmente propicio en verano, como compensación a la reducción de la actividad, abrumada por los calores, como acompañante en los refugios sombreados y frescos, como más apropiada a ciertas horas disipadoras, tras un baño refrescante, como preámbulo a una siesta, como desayuno intelectual en un despertar tempranero, tras un sueño profundo y reparador. Hay otras horas del día para otros tipos de lecturas, que requieren más atención y análisis. Y este saltar de unos libros a otros, de unas literaturas a otras, es parte del festín diario de la lectura, como lo es el fresco gazpacho, el dulce melón tomado a trocitos recién sacado del frigorífico, la enriquecida ensalada o las bebidas estivales. Un festín para la mente y para el cuerpo. Como la contemplación de un hermoso y dilatado paisaje o la sinfonía de olores que escapan por los recovecos del jardín, en sol y sombra.

Así pues, con estas observaciones, puedo hablar de un verano de novela. Al final del mismo, andarán por los desvanes de mi memoria personajes y situaciones, lugares y paisajes, intrigas y misterios, viajes y ciudades, amores y muertes, historias y expresiones, experiencias y ensoñaciones, y también análisis sesudos sobre algún problema de nuestro tiempo o incursiones históricas. Y nada ya será igual. Todo ello pasará a formar parte de mi acervo personal, no por variopinto y prolijo carente de sentido. Y junto al recuerdo de todo ello, el recuerdo cristalizado de pequeños momentos inolvidables, pletóricos, vitales, no por pequeños o cotidianos menos valiosos para mí y mi bienestar.

1. “Yo Julia. Una novela de casi setecientas páginas de Santiago de Posteguillo (afamado autor de novelas históricas sobre la antigua Roma) sobre Julia Donna, la esposa del emperador Septimio Severo, en la transición del segundo al tercer siglo d.C. (Premio Planeta, 2018). Una novela trepidante que se lee como un thriller, bien narrada, ágil y con un sólido fundamento histórico. El autor sabe cómo mantener el interés del lector, administrando bien el suspense, las interrupciones con narraciones paralelas, cambiando el ritmo del relato. A veces, el autor sucumbe al impulso de enseñar al lector detalles históricos o significados de expresiones latinas o costumbres romanas y otras veces utiliza expresiones anacrónicas, que le restan calidad literaria. Pero son faltas menores. El relato nos arrastra por el torbellino de esa historia de ambiciones y de poder, de traiciones y lealtades, por la extensa geografía del vasto imperio romano, desde sus confines orientales, ardientes y desérticos, fronterizos con el imperio persa, hasta las brumas húmedas y frías de la lejana Britania o las montañas de la lejana Hispania, en el extremo occidental del Mare Nostrum; desde los “limes” del Rhin y del Danubio, al norte del imperio, hasta el corazón, la ciudad de Roma. Un relato de un período crítico del imperio, tras el final de la gran dinastía de los Antoninos, y el comienzo de una sucesión de breves emperadores aupados y asesinados por las legiones o las tropas pretorianas. Y como personaje central, la figura de Julia, la mujer de Severo, artífice en la sombra del triunfo de su marido. Un homenaje al papel de tantas mujeres relegadas por los relatos masculinos de la historia. Tras su lectura, y con las precauciones necesarias, uno aprende una parte de la historia de Roma (teniendo cuidado de no tomar como fuente histórica la llamada novela histórica, un error muy frecuente entre los aficionados a este género). Y nos deja el regusto de las grandes novelas, y esa sensación de que tras su lectura nos falta algo que nos ha acompañado durante las dos semanas que he tardado en leerla. 

2. Los emperadores de Roma. Historia de la Roma imperial desde Julio César hasta el último emperador. Y como siempre que leo novelas o algún tipo de relato más o menos histórico sobre la antigua Roma, contrasto lo que dice la novela con algún libro de historiadores profesionales que han escrito sobre el período en cuestión. En este caso me sirve de guía y de contraste el breve, pero muy útil libro de David Potter, profesor de Historia de Grecia y Roma de la universidad de Michigan, titulado “Los emperadores de Roma. Historia de la Roma imperial desde Julio César hasta el último emperador” (en la edición de Pasado y Presente de 2013, 318 páginas). Una buena guía y rápida para saber quién era quien cada uno de los emperadores de Roma y de los principales personajes que los rodearon. Un libro que se lee muy bien, y en el que he buscado las biografías de los personales imperiales implicados en la novela de “Yo, Julia”: Cómodo, Pertinax, Juliano, Severo, Caracalla… Un contrapunto necesario. Una virtud de esta lectura cruzada (la Historia de los historiadores, y la historia ficción) es que la primera se nos fija mejor con la ayuda de la segunda, y con la primera evitamos tomar por histórico lo que es sólo ficción. A veces la curiosidad histórica me lleva a beber directamente de fuentes históricas contemporáneas, como la Historia de Roma de Dion Casio (155-229 d. C.), autor contemporáneo de los hechos narrados en la novela, del cual, 60 libros se recogen, enteros o en fragmentos, en cuatro volúmenes de la colección de Clásicos Gredos.

3. Otra novela: “La Atlántida”, de Pierre Benoit. Un libro herencia de la biblioteca de mi suegro Ricardo Lezcano. Un libro leído en mi juventud primera (sobre los 15 o 16 años) y vuelto a releer en estos días del verano de 2019. Creo recordar que, en mi muy lejana juventud, a mediados de los años sesenta, me atrajo inicialmente el título, La Atlántida, que evocaba en el joven atraído por la arqueología y la literatura de viajes y aventuras, el misterio de una civilización citada en muchas fuentes y que me llevó a leer los diálogos platónicos Timeo y Critias, en los que se habla de esta civilización misteriosamente desaparecida, situada “más allá de las Columnas de Hércules”. Y  luego me atrajo por ser un hermoso libro de aventuras y misterio por ese otro mar de arena que es el inmenso desierto del Sahara. Mi lectura actual es de una traducción del francés de nada menos que R. Cansinos-Assens de 1942 (Ediciones Aura, Madrid, 241 páginas), que no carece de galicismos y algunos errores de escritura. Cada verano releo algunos de los libros de aventuras que aún conservo desde aquellos lejanos años (de Salgari, Zane Grey, Julio Verne, Anthony Hope, James O. Curwood, Fenimore Cooper, Rovert L. Stevenson, Carl May y tantos otros). Siempre es un riesgo releer un libro que nos cautivó en nuestra adolescencia o juventud. Me he atrevido a leer este libro este verano, después de verlo año tras año en la librería de mi suegro y luego de nuestra casa de campo en Poyales del Hoyo. Cuando lo leí por primera vez no sabía nada del autor. Luego supe que P. Benoit (1886-1962) había nacido en Albí, al sur de Francia, patria de los albigenses y que había ejercido de militar en el norte de África, escenario de su novela. Fue miembro de la Academia Francesa. Su La Atlántida (su segunda novela) recibió el Gran Premio de esa institución en 1919. Y más tarde me enteré también que fue un político de extrema derecha, admirador del Charles Maurras y colaboracionista de los alemanes. Pero su novela trata de tierras vírgenes, amores misteriosos, de una mujer bella, fatal y misteriosa…, de acción intensa, cercana al folletín, pero con la mayor calidad formal de la buena literatura. Todos los ingredientes para cautivar a un joven como yo lo eran entonces. ¿Y qué me ha parecido ahora)? Pues que he vuelto a sentirme arrastrado por el relato, inmerso en los bellos y peligrosos paisajes del desierto sahariano, en hallazgos de misteriosas pinturas rupestres, en situaciones vertiginosas. La novela tiene el mismo regusto de las antiguas novelas de aventuras, con personajes fuertes y dramáticos, combinación de conocimientos científicos y elucubraciones histórico-filosóficas o esotéricas, arqueología y mitología, libros perdidos de saberes antiguos, pasiones y ambiciones, compañerismo y traiciones. Una lectura vertiginosa, de esas que no te dejan soltar el libro. En medio del desierto, unas montañas encierran un paraíso donde se asienta una civilización heredera de los antiguos Atlantes, que sobrevivió a la catástrofe telúrica que perdió a la mayor parte de la antigua civilización. Un refugio de saberes antiguos ignorados o dados por perdidos, donde se combinan textos de antiguos autores, como Platón (con citas del Critias), Dionisio de Mileto, Diodoro de Sicilia,… con otros inventados. Un agujero negro para tantos y tantos exploradores desaparecidos en sus búsquedas quiméricas. Y una mujer bellísima que anula la voluntad de tanto varón insigne que dieron con la fatalidad del “irás, pero no volverás”. Una relectura con sensaciones y placeres de primera –y juvenil- lectura. Una hermosa lectura de verano.

4. El asesino dentro de mí. En verano no puede faltar alguna novela policíaca. Un tiempo propicio para engolfarse en la lectura obsesiva y dependiente. La primera de este año ha sido “El asesino dentro de mí”, de Jim Thompson, en la colección “Grandes clásicos de la novela negra” de RBA (2010), 227 páginas.  No había leído nada antes de este autor un tanto singular. Nacido en 1906, en Oklahoma, ha sido un autor muy reconocido y algunas de sus obras han sido llevadas al cine: “Una mujer endemoniada”, convertida en “Serie Negra” por Alain Corneau; su mejor obra, “1280 almas”, se convirtió en la “Coup de torchon” del gran Bertrand Tavernier; Sam Peckinpah llevó al cine “La huida”, con Steve McQueen y Ali Mc Graw y Burt Kennedy hizo lo mismo con “El asesino dentro de mí” (remake con el título “El demonio bajo la piel”, de Michael Winterbottom) y Stephen Frears con “Los Timadores”. Trabajó para la TV y colaboró con Stanley Kubrick en el guión de “Atraco perfecto” y en la magnífica “Senderos de gloria”.  Ahí es nada. Habrá que leer más obras suyas. Una novela negra donde “el malo” es el poli, un asesino sociópata, que mata con la mayor tranquilidad del mundo. El suspense no está en saber si es el asesino, que se sabe desde el principio, sino en conocer quiénes son sus sucesivas víctimas, el momento de su muerte y, especialmente, las razones o motivos por los que las mata. Sorprende la distancia empática del asesino respecto a sus víctimas, aunque con ellas les una relación afectiva. Él es consciente de su “enfermedad”, pero lo más interesante son sus razonamientos y la aceptación de la inevitabilidad de esas muertes. Y el trasfondo de la sociedad de una pequeña ciudad de la américa profunda.

5. La edad de la penumbra. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico. No es una novela, pero se lee como una novela. Es historia y buena historia.  El libro de Catherine Nixey (Taurus, 2018, 317 páginas), narra la destrucción de la cultura y el mundo clásico por el cristianismo triunfante, sobre todo a partir de finales del siglo IV, un cristianismo transmutado en religión de verdugos tras ser inicialmente una religión de perseguidos. Una historia inusual, que cuestiona el relato cristiano dominante de sus orígenes y su transformación en religión de Estado. Catherine Nixey es historiadora (por Cambridge) y periodista de la sección cultural de The Times. Este fue su primer libro. Con un sólido fundamento en fuentes históricas y bibliográficas, desmenuza con crudeza los pasos y procesos por la que una religión militante sometió y destruyó deliberadamente las enseñanzas del mundo antiguo, gran parte del legado escrito de ese mundo, quemando sus libros y destruyendo sus bibliotecas, en lo que fue la primera destrucción masiva, intencionada y sistemática de libros de la historia; destruyó gran parte de su legado artístico, arruinado los templos y altares paganos y la estatuaria y artes figurativas; persiguió y asesinó a los sacerdotes de las religiones antiguas, persiguió la difusión de filosofías “incompatibles” con los dogmas cristianos, hasta implantar con violencia una sola fe verdadera. Una religión que predicaba la paz se mostró violenta, despiadada e intolerante al máximo en cuanto se convirtió en religión oficial. La autora, con un estilo ágil, con no poca ironía, defiende una tesis valiente y sólida. Una historia de un fanatismo religioso que se parece mucho a otros tantos fanatismos de nuestros días. Dejo para otro lugar comentar con detalle este magnífico libro. Sólo resaltar ahora como la autora reconstruye el “relato” que los cristianos primitivos y sus “padres de la Iglesia” (con San Agustín, Tertuliano, Atanasio, San Ambrosio, San Antonio, Orígenes, Eusebio, etc.) hicieron para justificar la implantación de la verdad cristiana. Muchos testimonios contemporáneos y posteriores, a veces poco conocidos, avalan sólidamente sus juicios y descripciones. Es, “la” u “otra” historia, desconocida casi, del triunfo del cristianismo. El libro termina así de gráficamente: “La hermosa estatua de Atenea, la diosa de la sabiduría [refiriéndose a la Atenea de la Acrópolis ateniense], sufrió como lo había hecho la Atenea de Palmira. No sólo se decapitó, sino que, como humillación final, se colocó bocabajo en un rincón del patio y se utilizó como escalón. En los años siguientes, su espalda se iría desgastando; la diosa de la sabiduría fue aplastada por generaciones de pies cristianos. El triunfo del cristianismo era completo”.

6. Los últimos. Voces de la Laponia española. El verano es también época propicia para los libros de viajes. No puede faltar este género. Y yo soy un entusiasta de los libros buenos de viajes. Forman parte de mi primer acerbo como lector. De joven, leía libros de viajes y de exploraciones acompañado siempre de un enorme Atlas del Mundo (con el que estudiamos geografía universal en el curso de “Ingreso” en el bachillerato de finales de los años cincuenta y primeros de los sesenta.) Lo conservaba y me acompañó muchos años en mis recorridos por paisajes lejanos, países, desiertos, montañas, ciudades, mares, ríos, lagos, bosques y selvas. Lo tenía todo pintarrajeado señalando los nombres de lugares que aparecían en los libros que leía y también en las novelas de aventuras por países exóticos. Lo perdí no sé cuándo, a mediados de los años sesenta. Este verano ha caído en suerte el libro de Paco Cerdà (Pepitas de Calabaza, 4º edición 2017, 176 páginas). Un libro representativo de la nueva literatura (de ficción o documental-periodística), que se ocupa del fenómeno de la “España vacía” o “vaciada”. Lo de vaciada es más apropiado, pues esa España vacía hasta hace poco estaba poblada. Paco Cerdá es periodista del diario Levante, y un día decidió recorrer algunos rincones de diez provincias en torno al sistema ibérico, de seis comunidades autónomas, recalando en pueblos casi aislados y casi del todo despoblados. De cada uno de ellos cuanta la historia de su vida, los últimos de esos pueblos que un día estuvieron más animados. Unos son ya viejos autóctonos, otros llegaron después y se quedaron. Agricultores, ganaderos, maestros, artesanos…… Un libro de gran interés sociológico bien escrito por un periodista. Un abanico de situaciones que informan de los procesos complejos y diversos de vaciamiento del mundo rural. Como sociólogo rural, me hubiera gustado escribirlo yo. Estos libros tienen más “impacto” que nuestros “paper” de aparatoso andamiaje académico.

7. Fausto. Hay obras que nos acompañan toda la vida, desde el bachillerato. Y que siempre están ahí esperando nuestra lectura. Presentes como títulos magistrales, esculpidos en versales, como referencias, como mitos literarios, como jalones fundamentales de la literatura universal. Todo eso es el Fausto de Goëthe, heredado de la biblioteca de mi suegro, en edición de la colección Austral, edición de 1948 (el año que yo nací), 164 páginas. Y muchas de esas obras cumbres se quedarán ya sin ser leídas por falta de tiempo … disponible. Deprime pensarlo. Pero otras se resisten al olvido y al final reposan en nuestras manos para deleite intelectual. Eso me pasó esta primavera con «El Gatopardo«, de Lampedusa. Aunque leída fragmentariamente hace muchos años, y vista la versión cinematográfica de Visconti (una maravilla), su lectura completa y seguida me procuró el placer más exquisito. Y este verano he rescatado la obra de Goëthe del santuario de reliquias literarias. El impulso para leerlo se lo debo a Alfonso Ortí, entusiasta del libro que lo ha analizado con ojos de sociólogo y psicoanalista. El «Fausto», no es ni teatro ni novela, o, en todo cado, teatro novelado. Y cuesta entrar en su lectura, por un lenguaje y un estilo que nos resulta algo arcaico, pero finalmente he acabado rendido a su majestad literaria. El ejemplar que tengo sólo recoge el primer libro de los dos que componen el Fausto completo. La primera parte fue escrita por un Göethe bastante joven y la segunda la terminó unos meses antes de su muerte. La primera es más psicologista, la segunda más social. Desde su encuentro hasta la muerte de la desgraciada Margarita, que había sido seducida por el Fausto con la ayuda de Mefistófeles. En el otoño leeré la segunda parte, de mayor interés sociológico. De entrada, el Mefistófeles es un tipo irónico y con un inapelable sentido práctico. Y el doctor Fausto es ese trágico que todos llevamos dentro, carcomido por las dudas y los deseos insatisfechos. El trato con Mefistófeles es curioso: la recobrada juventud y la más alta sabiduría a cambio de su alma, que se someterá al diabólico en el momento que Fausto esté plenamente satisfecho. No basta con tener lo que se desea, sino sentirse satisfecho por ello. Y ese matiz le salvará… en el segundo libro. Así que hay que pecar, pero no sentirse satisfecho por ello.  Tengo que confesar que no he entrado del todo en él, tal vez por conocer ya el argumento. Pero he encontrado diálogos Fausto/Mefistófeles muy sabrosos, frases para anotar y ese clima romántico (escrito en pleno romanticismo alemán) de almas atormentadas. Y ese clima te envuelve.

8. La tierra desnuda. Otra novela. (Alfaguara 2018, 525 páginas). Ejemplo de la nueva narrativa ruralista española. Su autor es Rafael Navarro de Castro (1968), licenciado en Sociología y Máster en Extensión y Desarrollo Rural, neorural de las estribaciones de Sierra Nevada y activista rural y ecologista. Es su primera novela. Oí de ella por una entrevista en la cadena SER. Y la compré y la eché a la mochila de lecturas veraniegas. La historia de una familia desde los años treinta hasta hoy contada desde el personaje principal, “el Blas” La república, la guerra civil, la represión de la posguerra, la miseria de los años cuarenta y cincuenta en una zona de montaña del sur de España (¿Granada?), el maquis, el desarrollo, las elecciones, la corrupción, el desencanto… La crónica de un mundo en sus últimos suspiros, que entierra relaciones, saberes, comportamientos, oficios, mentalidades. El relato es ágil. De frases cortas. Pero el relator no se sabe bien quién es. Unas veces parece el autor, otras el superyo del protagonista, e incurre en anacronismos expresivos. Pero acaba enganchando. Y la leo con ojos críticos, pensando en un ensayo que tengo empezado sobre la nueva narrativa ruralista en España de las dos últimas décadas. Y tal por eso la degustación literaria se haya resentido. Es la primera novela del autor. Y se ve que le falta oficio, pero me sorprende que sin ser un literato de formación le haya salido este libro más que aceptable. Y su condición de activista y neorural se hace ver en la forma de mirar ese mundo rural. Por otro lado, describe bien un proceso y muestra destreza en el vocabulario “folk” y en el conocimiento de la cultura rural tradicional. Un ejemplo: verbos de tareas del campo: despampanar, escamojear, injertar, acarrilar, escardar, sembrar, arar, varear, deschuponar, segar, trillar, ordeñar, curar, vendimiar, despuntar, encañar, frailear, podar, desmochar, plantar, trasplantar, tallar, talar, remondar, desbarbillar, despimpollar, roturar, desbrozar, cavar, cultivar, mullir, estercolar, regar, aporcar, entresacar, cosechar, labrar, segar, aclarar, ensilar, encurtir, agavillar, trasegar, fermentar, prensar, aventar, enjaezar, despalillar, uncir, ovejar,…” y dice el relator: “las tareas del campo son infinitas. Muchas más que las letras del abecedario. Igual que las palabras, se encadenan unas detrás de otras, en una sucesión inexorable.” Más que unas tareas es un sistema de conocimiento, una relación con la tierra y la naturaleza, el tiempo y el clima y el espacio. Aquí radica uno de los logros del libro: la evocación de ese mundo, que el autor parece conocer bien no sólo de lecturas, sino también de experiencias propias. El problema es la posición y naturaleza del narrador. No obstante, su lectura me ha merecido la pena, aunque no me haya conmovido, salvo por momentos, pero me ha dejado un buen regusto. Es la crónica novelada del derrumbe de un mundo, de una cultura, de un paisaje, de unas gentes. Una crónica real con juicios de valor…. Desde dentro y desde fuera de los personajes. Un añadido final a este comentario. Cada capítulo se abre con un fragmento de un libro. Los títulos y la temática son una pista de dónde se sitúa el autor: referencias que, como ha dicho algún crítico, son su propio linaje. Y ese linaje es el de la nueva o casi nueva literatura ruralista y algunos de su maestros antecesores (Delibes, Sampedro, Llamazares, Berger, …)

9. La conjura de los irresponsables. (Ed. Anagrama, 2018, 107 páginas). Tampoco es una novela, sino una crónica ágil y precisa del «procès«, que es como una novela negra de la España actual. Jordi Amat nos relata de forma bastante objetiva la génesis y desarrollo del «procès«, presentado acertadamente como una conjura de irresponsables de todos los pelajes políticos. Obligada lectura. El «procès» como relato más que como proceso real, aunque el relato ha conformado el proceso. Un proceso cuyo comienzo sitúa el autor sitúa en la misma elaboración de la constitución del 78. Un libro que es a la vez crónica y expresión de una manera de ver el propio proceso. J. Amat es uno de esos catalanes que están contra la independencia, y más si es unilateral, pero reclaman una solución política al problema catalán. Pero no se sabe cuál sería la solución. Y su sensibilidad catalanista se desborda en las páginas finales ante la represión policial del 1-O.  En ese momento se escora hacia el lado de las víctimas (?). Su lectura es absorbente, engancha. Y nos estimula la reflexión. La cadena de irresponsables se remonta, como digo, al momento mismo de la constitución, continúa con los gobiernos de González, Aznar, Zapatero y Rajoy y, en paralelo, los gobiernos catalanes de Convergencia hasta hoy. Todos tienen su parte de irresponsabilidad, y no poca. Pero el interrogante principal sigue ahí: ¿es posible solucionar el problema catalán sin vaciar el Estado español?

10. Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Otra historia del imperio español. (Editorial Lengua de Trapo, Madrid, 262 páginas). Un ensayo riguroso de José Luis Villacañas, uno de los intelectuales actuales españoles actuales mejor dotados. (Ed. Lengua de Trapo, 2019). El libro me lo ha pasado mi amigo Juan Jesús González. Encierra en su eruditas páginas una crítica feroz y bien argumentada del exitoso libro de María Elvira Roca Barea: «Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español«, libro de cabecera de la nueva derecha sin complejos, pues con el pretexto de desmontar la leyenda negra de España es una exaltación si complejos del muy católico y civilizador imperio español. El libro de Roca Barea lo leí parcialmente el invierno pasado (me lo regaló mi amigo Felipe Angulo) y no lo pude acabar porque se cruzaron otras lecturas y quehaceres, pero me interesó como ejemplo de manipulación histórica. Junto a información valiosa y algunas buenas intenciones, comete errores de bulto, tergiversa, ignora arbitrariamente lo que no encaja con su argumento y objetivos etc. Pero el libro de Villacañas los desmonta casi página por página, le descubre todas sus vergüenzas y el descaro impúdico de Roca Barea. El libro de Villacañas es un ejemplo de crítica. No una réplica en un debate, es un análisis riguroso de todas las limitaciones de Roca Barea. Para esta autora sólo ha habido cuatro imperios “auténticos”: el romano, el español, el ruso y el de USA. ¿?. Eso dice casi todo del rigor del libro. Estoy con Villacañas. Pero volveré a terminar el libro de Roca Barea.

Final. Esto es lo que me han dado de sí estos cuatro meses veraniegos de lectura. Sólo he comentado los libros terminados, porque en curso hay otros empezados en el último mes. Diez amigos que me han acompañado en diversos momentos de este período y que me han procurado buena parte de los mejores momentos del mismo. Gracias libros queridos. Pasaréis a los anaqueles de mi biblioteca, mostrándome vuestros lomos atractivos y volveré a hojearos, a unos más que a otros (especialmente los libros de ensayo e historia), pero el teneros a la vista es un estímulo y un remedio para la desmemoria. Y toca abrir la serie de lecturas de este trimestre otoñal, ya empezado, pero que no será tan fecunda como la veraniega, porque la disponibilidad de tiempo será menor. Bienvenido, otoño